Un lugar en silencio: Día uno

Podría haber sido una película barata que acabara con el misterio de los espeluznantes monstruos buscadores de sonidos, pero esta precuela es, en cambio, una aventura sorprendentemente fascinante, intrincadamente diseñada e incluso conmovedora. Dirigida por Michael Sarnoski como continuación de su excelente ópera prima Pig, Un lugar en silencio: Día uno comienza ofreciendo el dato de que la ciudad de Nueva York genera regularmente 90 decibelios de ruido, el equivalente a un grito humano. A continuación, la película utiliza el sonido de una forma muy intrigante (al igual que las dos películas anteriores de Un lugar en silencio). En una escena, los personajes se encuentran bajo un andamio en medio de una tormenta; el martilleo del agua sobre el metal les da la cobertura suficiente para poder susurrar y presentarse. Y el uso de la música en una escena posterior proporciona una sacudida emocional difícil de olvidar.

En realidad, todo el concepto inspira a los cineastas a encontrar formas de contar la historia visualmente, sin depender de las palabras; se invita al espectador a entrar en la historia, en lugar de decirle lo que tiene que pensar. Los nuevos personajes, Sam y Eric, resultan sorprendentemente simpáticos y entrañables: Sam es testarudo y trágico, y Eric es tierno y perdido, como un cachorro de perro. Demuestra varios actos de valentía para demostrar su lealtad. El personaje secundario de Henri (Djimon Hounsou), que se convierte en un actor importante en Un lugar en silencio Parte II se introduce aquí de forma respetuosa y discreta. Pero lo mejor de todo es que Un lugar en silencio: Día uno no utilizó su posición de precuela para explicar el origen de los monstruos. Su verdadero poder reside en su misterio, y la película lo mantiene intacto, haciendo de esta una digna adición a una serie fuerte y aterradora.